No hay posibilidad de tomar una decisión sobre otra persona de forma aséptica. Siempre hay “contaminación” emocional, y esta es más fuerte cuando lo que se investiga es también un ser humano, en palabras del antropólogo L. Strauss “El investigador pertenece al mismo orden de realidad que investiga”. Incluso cuando se investiga las partículas subatómicas, el ojo humano distorsiona el objeto, aparentemente libre de la contaminación humana, por ser puramente físico (según el principio de incertidumbre de Heisenberg). En las decisiones, aparentemente frías y calculadas, que afectan al dinero y a las inversiones bursátiles, nadie duda que por encima de la racionalidad de los análisis, de las pantallas rebosantes de números con estadísticas y gráficos indicadores, finalmente es el sentimiento de confianza o miedo el que empuja en una u otra dirección.
El entrevistador espera que el candidato le convenza, es decir, que le aporte argumentos y que estos argumentos los cargue de emoción. La emoción se transmite con expresiones emocionales (como veremos en el capitulo siguiente) y con el despliegue de los recursos del lenguaje no verbal.
Las emociones y actitud básica con las que suele un entrevistador afrontar la entrevista es de reserva, de duda, de sospecha, de hipótesis, de incertidumbre. Los entrevistadores siempre temen que alguien les venda “gato por liebre”. Pero por otra parte, debe tender una cordial mano al candidato para crear una atmosfera de confianza, para que este, de forma generosa, aporte la información necesaria para que él pueda tomar decisiones.
Cuando el entrevistador, por inseguridad en el método o en sí mismo, alberga hacia el candidato una desconfianza previa excesiva, pierde literalmente los papeles convirtiéndose en juez interrogador, al mismo tiempo que transforma al candidato en sospechoso y a la entrevista en una escena carcelaria. Por contra, cuando el tono de la relación es de confianza las posibilidades de ser aceptado se multiplican.
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